Puertos de Salida Desde Europa

Extraido de » Apellidos Italianos »

Durante gran parte del siglo XIX, los mayores contingentes de emigrantes salieron del Norte de Europa: de las Islas Británicas e Irlanda, Alemania y de los países escandinavos. En los primeros decenios, estos pasajeros se dirigieron a América del Norte. Los flujos menos intensos, procedentes de los puertos de salida de  España, Italia, Portugal y, en menor medida, de Polonia y Rusia (hasta que Estados Unidos cerrara la inmigración en 1921) se concentraron en América Latina. Desde la segunda mitad del siglo los principales países de emigración fueron Italia, España y otros de Europa centro-oriental.
Para los emigrantes el viaje comenzaba en el momento en que partían de su pueblo natal para dirigirse a los distintos puertos según la cercanía respecto a sus lugares de origen y a las facilidades que las distintas compañías ofrecían.

Se desplazaban en ferrocarril (desde mediados del siglo XIX) y en algunos casos hasta caminando. Partían mayoritariamente de los puertos de salida de Génova, Trieste, Nápoles, El Havre, Burdeos, Hamburgo, y puertos españoles. La emigración masiva fue un gran negocio para las compañías de navegación. Estos mantenían bajos costos de pasajes reduciendo la tripulación, sirviendo comida de escasa calidad, ofreciendo a los emigrantes espacios reducidos y precarias condiciones de higiene a bordo.

Para las compañías el objetivo era el de embarcar el mayor número de pasajeros, sin respetar las disposiciones legales, incluso excedían el número de pasajeros permitidos y los bajaban en puertos intermedios (sin sus consentimientos), para que las autoridades portuarias no los descubriesen. El viaje se transformaba en una pesadilla por las aglomeraciones, malos olores, exceso de frío o de calor, según las estaciones.
A medida que los gobiernos de los diversos países fueron regulando las condiciones y los aspectos sanitarios del viaje, estos comenzaron a mejorar. Igualmente las condiciones variaban entre las distintas compañías de navegación. Los buques que desembarcaban emigrantes en el puerto de Buenos Aires, aparte de la tercera clase, disponían también de una confortable segunda -los inmigrantes eran definidos por la ley argentina como aquellos que llegaban en segunda o tercera clase- y una lujosa primera clase. En la tercera viajan la mayoría de los emigrantes; la segunda en cambio tiene características menos definidas, emigrantes que han hecho fortuna y se pueden permitir un viaje más cómodo, pequeños comerciantes, y el clero. En la primera están los ricos argentinos de regreso, y luego franceses, españoles, brasileños. A éstos deben agregarse los médicos de a bordo, los oficiales, los sacerdotes

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